El Duce desbordado: Luca Marinelli y la fisicidad grotesca del poder.
La figura de Benito Mussolini ha sido históricamente representada con una dualidad inquietante: por un lado, el hombre carismático que construyó un mito de sí mismo; por otro, el dictador grotesco, atrapado en su propia teatralidad, un personaje que encarna la brutalidad y el absurdo del poder totalitario. En su interpretación de Mussolini en M. Il figlio del secolo, la serie dirigida por Joe Wright, Luca Marinelli lleva esta segunda faceta al extremo, convirtiendo al duce en una figura que encaja perfectamente dentro del concepto de «cuerpo grotesco» desarrollado por Mijaíl Bajtín. Para Bajtín, el grotesco no es simplemente lo deforme o lo ridículo, sino una transgresión de los límites convencionales del cuerpo y la identidad. En su análisis de Rabelais, el teórico ruso señala que el cuerpo grotesco es en transformación constante, que se desborda, que nunca es estático ni cerrado en sí mismo. Se trata de una fisicidad que se amplifica, que se ríe de su propia monstruosidad y que, al hacerlo, expone las contradicciones del poder. La transformación física de Marinelli para interpretar a Mussolini es, en sí misma, un primer paso hacia esta construcción grotesca. El actor engorda más de 20 kilos, afeita su cabeza y adopta gestos y posturas que exageran los tics y la gestualidad grandilocuente del dictador. Su Mussolini no es un cuerpo heroico ni monumental, sino una figura en constante tensión entre la fuerza y la fragilidad, el carisma y el patetismo. En los discursos públicos, su cuerpo se hincha, se expande, con manos que trazan gestos exagerados y una voz que resuena con una energía casi cómica en su desmesura. Sin embargo, en los momentos de intimidad, ese mismo cuerpo parece encogerse, desinflarse, como si se tratara de un disfraz que solo cobra vida bajo la mirada de la multitud. Este carácter grotesco se intensifica en la serie a través de la construcción de Mussolini como un personaje atrapado en su propia teatralidad. Marinelli lo interpreta como un hombre que ha convertido su vida en una representación constante, donde el cuerpo es la herramienta de persuasión por excelencia. En este sentido, su Mussolini recuerda al bufón renacentista descrito por Bajtín: una figura que a primera vista parece cómica, pero en realidad encarna el terror del poder absoluto. En última instancia, la interpretación de Marinelli, revela la dimensión carnavalesca del fascismo italiano: un régimen que construyó su propio espectáculo para legitimarse y que, como toda farsa grotesca, terminó cayendo en la parodia de sí mismo.
Si el grotesco bajtiniano es también una forma de resistencia al poder a través de la exageración y la inversión de valores, entonces el Mussolini de Marinelli nos recuerda que incluso el tirano más temido es un hombre cuya imagen puede deformarse hasta el punto de convertirse en una sombra de sí mismo.
